martes, 22 de diciembre de 2009
RONALDO MUÑOZ, PROFETA DE LOS POBRES
Fue a la vez duro y suave, preocupado de las multitudes y de cada persona, activo y contemplativo, serio y alegre. Fue sobre todo un religioso pobre.
Ya pasó a la Casa del Padre este grande y querido amigo que siempre nos recordó a los profetas de Israel. Y entre todos, a Juan Bautista por su predicación incisiva y su austeridad. Como ellos les habló a los pobres del país, a las autoridades religiosas y a los reyes de este mundo. A todos con igual claridad y firmeza. A todos con notable lucidez evangélica. Fue apasionado y a veces exagerado. Con esa exageración profética que acentúa un aspecto para despertar conciencias y mover los corazones.
Nos deja un ejemplo de valentía y consecuencia. Para él se inventó esta palabra, la más difícil de traducir en la vida de cada día.
Fue teólogo. Un teólogo de población, cercano en el día a día de los pobres con su vida y por el cariño hacia cada una de las personas que estuvieron con él. Cuando hablaba con alguien, daba la impresión de que no existía más que esa persona y todo lo demás quedaba postergado. Más de una vez llegó atrasado a sus compromisos por este tipo de dedicación personal.
Casi no conoció la vanidad. Porque muy poco se buscó a sí mismo. Con el cuerpo y el alma tensa estuvo de lleno en la tarea del pensar amando y de amar pensando, dentro de una teología viva y popular. Todo lo demás fue muy secundario. Ni la salud ni los honores. Sólo Jesús y las personas. No hubo lugar para él en alguna cátedra católica, pero tuvo un extenso auditorio en Universidades católicas y no católicas del mundo, en Colegios, Congregaciones, Juntas de vecinos, Parroquias, Jornadas de Obispos, sacerdotes, religiosas y laicos.
Inició sus escritos con la publicación del libro “Nueva conciencia de la Iglesia en América Latina” del año 1973 y les dio término con su último libro “Nueva conciencia cristiana en un mundo globalizado” publicado a mediados de este año.
Entre ambas “conciencias” hay un largo conjunto de reflexiones hechas al correr de los días, en torno a la realidad de opresión y desamparo de los pobres de nuestro continente, de la cual él mismo fue conciencia viva.
El sufrimiento de cada persona le llegó hasta muy adentro. Y ese sentimiento se hizo más agudo al considerar la situación de las masas de América y otros países. El sufrimiento de pobres, enfermos, niños, trabajadores explotados y mujeres sufrientes lo tocaban no sólo en el alma. Su propio cuerpo se enfermaba literalmente viendo y oyendo la explotación y la crueldad del sistema económico que logra quitar vida y sembrar muerte sin que parezca advertirlo, como a la pasada.
Se mantuvo teológicamente joven y fue cercano a los jóvenes a quienes deslumbró por su conocimiento y su entrega.
Por sobre todo amó entrañablemente a Jesús y vivió para él. El seguimiento permanente y cálido del camino de Jesús le proporcionó una gran libertad frente a la gente y a los problemas de la Iglesia. A ésta la amó y la anheló diferente, aprendiendo cada vez más, a respetar el ritmo de las personas y de los tiempos.
Más que un recuerdo, nos deja un valioso legado de fe lúcida, de esperanza firme y de sincera caridad.
Pablo Fontaine ss.cc.
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